Y de repente un día te levantas y todo da un giro de 180º y cuando te das cuenta estás en el extremo opuesto de la bola.
Una mañana aparentemente normal ocurrió. Conocí a Alexandre y desde ahí supe que todo iba a cambiar.
Un día al salir de trabajar me dijo como tantas veces lo había hecho de irnos a dar una vuelta. Acepté. Cogí el coche. Me estaba esperando en nuestro sitio secreto. Le seguí. Me llevó a un parque, precioso. Predominaba el verde en los árboles y colores cálidos en las flores. Había laguitos rodeados por árboles y caminitos de arena. Estuvimos hablando un buen rato sentados en un banco que tenía las mejores vistas a una fuente super bonita, blanca, que emanaba agua de las bocas de los ángeles en lo más alto y tenía cinco pisos. Se oía el dulce susurrar del agua caer poco a poco, piso por piso, hasta el final. Sentí frío. Alexandre me posó su chaqueta sobre mis hombros y abrió la puerta de su coche. Nos sentamos. Me miró a los ojos. Sonrió. Y sacó una rosa, azul con motitas violetas. Mis colores favoritos. Me sorprendió mucho ese detalle. Me miró de nuevo pero esta vez me hizo una pregunta. La que siempre había soñado que me hicieran pero nadie la hizo, hasta esa noche. Me quedé atónita, no sabía qué hacer ni qué decir, hasta que pude vocalizar.